Europa cierra otra semana turbulenta convertida en un huracán de mercados ciclotímicos, diagnósticos fallidos y una crisis resistente a cualquier antídoto. La canciller Angela Merkel es lo único inmóvil en el ojo de la tormenta. Pero su papel es más polémico que nunca. También dentro de Alemania. “Por qué todos aman odiar a Angela Merkel.

Y por qué todos se equivocan”, titula en portada la nueva edición de la revista estadounidense Time, con un primerísimo plano de la canciller con un gesto imperturbable. Time, una de las publicaciones políticas más influyentes del mundo, lanza una encendida defensa de la inflexibilidad alemana y de su rechazo a soluciones como los llamados “eurobonos”.

“A Alemania le va mejor que al resto de Europa porque no se comportó como el resto de Europa”, analiza. “Si los socios europeos –pero también Washington– quieren que Merkel y su país sigan tan comprometidos, tal vez llegó la hora de que le rindan respeto, en lugar de arrojarle insultos a la cabeza”.

Pero, lo cierto es que esa canonización de Merkel como el último resquicio de cordura en Europa es una excepción fuera de Alemania. Entre sus críticos más fervientes e ilustres está el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, quien esta semana comparó la receta de austeridad impulsada por Alemania con “las sangrías de la Edad Media”:

“Sus gobernantes se niegan a ver que la medicina no sana al paciente e insisten en administrarle más hasta que acaba por morir”. El estadounidense define que “la crisis dio origen a los déficit, y no al revés”. Celebra por eso la cumbre europea de la semana pasada, en la que la presión de Italia y España abrió la puerta a ayudas directas a la banca y los primeros pasos hacia una unión bancaria europea. Insuficiente, pero en la buena dirección, según Stiglitz.

La cumbre de Bruselas reflejó también una revolución en la política europea: la llegada del socialista François Hollande a la Presidencia francesa, su apuesta por el crecimiento y la evidencia de que el ahorro no basta para resolver la crisis aislaron a Merkel, que, inéditamente, tuvo que ceder ante Mario Monti y Mariano Rajoy.

Esa “derrota” de la líder cristianodemócrata (CDU) hizo que el huracán europeo aterrizara definitivamente en la arena política en Berlín. Después de Bruselas, nada es lo que era en Alemania. “Los frentes ideológicos en la crisis del euro se rompieron. El debate sobre la política europea de Merkel unió de pronto a comunistas con conservadores, sindicatos e industriales”, resumió el semanario Der Spiegel.

Es el mundo al revés: liberales y cristianosociales amenazan con romper la coalición de centroderecha que preside Merkel, el apoyo de la oposición socialdemócrata y verde se vuelve clave para la canciller, y un grupo de 160 economistas líderes en Alemania publicó una carta abierta contra los acuerdos de la cumbre. Merkel mantiene su proverbial serenidad, que le valió el apodo de “canciller teflón”.

A fin de cuentas, su apuesta por la austeridad no es una pose política: es un carácter personal que heredó de familia y que evidencia en su vestuario, en sus discursos y en sus gestos. También un rasgo que mima ideales muy arraigados en la sociedad alemana, como reflejan las encuestas.

En medio de la tormenta europea y pese a las críticas nacionales e internacionales, Merkel tiene 66 por ciento de aprobación, según un sondeo publicado el viernes. La canciller logra así su máximo nivel de popularidad desde el 2009, cuando ganó las elecciones generales. Con los comicios del 2013 a la vista, no parece que Merkel vaya a cambiar demasiado su política anticrisis, tan elogiada por unos y denostada por otros.