Desde hace meses se viene hablando de la inflación en nuestro país. Nuestro país conoce la inflación desde que Juan de Garay, pariente lejano de Cacho Garay, fundó Buenos Aires dos y les vendió a cinco duros un espejito de colores a los indios querandíes, y, cuando quisieron comprar más, el precio había subido a diez. Argentina siempre tuvo inflación. Creo yo, respetuosamente, que el Preámbulo de nuestra Constitución debería decir, “Nos los representantes del pueblo de la inflación Argentina…”. Es más el Himno a la Bandera debería comenzar: “Aquí está la inflación idolatrada…”. El Gobierno nacional venía negando que la inflación existiese y, por supuesto, el INDEK daba número de ellos, diciendo que la inflación era de 0,005%, que el precio de la carne se mantenía estable –en India– y que la canasta familiar era más barata que sándwich de perejil. Sin embargo, doña Prudencia, doña Encarnación y doña Eduvijes, que van todos los días religiosamente a hacer las compras, sabían que lo que antes pagaban con cincuenta pesos ahora requiere cien o más. Y la plata no se estira, yo sé que no se estira. Pues bien, hace unas horas, el Gobierno reconoció el aumento de precios de algunos productos como por ejemplo la carne. La vaca ha pasado a ser el becerro de oro sin el consentimiento de Moisés. Eso sí, el Gobierno le echó la culpa a los empresarios. Bueno, es seguro que una parte de la culpa, tal vez grande, la tengan los empresarios. Sin ponerme a analizar ni a buscar datos, estadísticas, valores de materia primas, procesos de elaboración, es decir, a ojo de buen cubero, estoy en condiciones de aceptar que los empresarios tienen la culpa, porque a los empresarios les importa un corno el hambre del pueblo y sólo se fijan en los dividendos y las ganancias. Por ahí se mandan un acto de caridad suelto, aislado, que se encargan de publicitar muy bien, pero después usan el refrán La caridad empieza por casa. Ahora, entre nosotros, el Gobierno tiene forma de impedir que los precios se desboquen y que sean siempre los mismos los afectados. A ver, supongamos, subió el pan 20%, ¿Usted se cree que le importa algo al señor Goyo Pérez Companc? Ni se mosquea. A que a usted, humilde vecina de mi barrio, sí le importa, sí lo siente, sí lo sufre. La inflación no es democrática, al contrario, es discriminatoria, siempre golpea al de más abajo. El viernes en Salta falleció Tatiana Tapia, de dos años, con un cuadro de desnutrición grave. Y pensar que este país fabrica alimentos para abastecer a 380 millones de personas. Que alguien nos salve de nosotros.