El tema de la semana en la Argentina fue el dólar y los estrictos controles para la compra de moneda extranjera que impuso el Gobierno para que los argentinos terminen con su devoción por el dólar y comiencen a pensar en pesos.

Te presentamos dos columnas de opinión, con visiones diferentes de una misma realidad.

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“Pensar en pesos”, por Leandro Selén (*)

Vamos a pensar en pesos ¿por qué? Porque el peso es la moneda nacional y todo país que se precie de soberano cuenta con un signo monetario propio, no utiliza uno prestado. En la Argentina, los asalariados cobran en pesos, y van al supermercado y gastan en pesos, viajan en transporte público y lo pagan en pesos, como también tributan sus impuestos en pesos.

Y si mandan a sus hijos a un colegio privado, las cuotas son en pesos, igual que las cuotas de un electrodoméstico o de un automóvil. Lo mismo sucede con los alquileres, se pagan en pesos; y también los servicios públicos, la telefonía celular y el uso de internet. De esa manera, uno con su dinero compra o paga lo que desea sin tener que pasar por ningún elemento adicional de intermediación que no sea el billete de signo monetario nacional, es decir, el peso.

Ahora, si uno para acceder a determinados bienes y servicios producidos localmente y a costos en pesos debe hacerse de dólares, entonces el dólar pasa a tener una demanda innecesaria para que funcione una economía que perfectamente puede hacerlo en su moneda de origen.

De hecho, casi la totalidad de los sectores económicos se mueven en pesos en el mercado interno nacional, salvo excepciones que aunque son pocas, el peso que tienen en la vida de la gente termina por distorsionar el normal funcionamiento que presenta el resto de la economía. Y es el caso de los sectores inmobiliario y de turismo.

Los valores de la mayoría de los inmuebles se publican en dólares, pero también deben pagarse en esa moneda. Y en el caso de los paquetes turísticos también se manejan con valores en la divisa estadounidense. Y en ninguno de los casos los costos de estos sectores guardan relación con el dólar como billete. Los constructores de propiedades pagan sus materiales en pesos y abonan los salarios de los albañiles en pesos, lo mismo que al arquitecto o al maestro mayor de obras.

Además los créditos hipotecarios se otorgan en pesos. Los agentes de viajes también pagan los sueldos de su personal en pesos y el alquiler de sus comercios y los servicios en pesos.

Los gastos en moneda extranjera en este tipo de actividad, como pasajes o alojamiento en el extranjero, se hacen por medio de una transacción electrónica, es decir, que el agenciero no tiene que utilizar ningún billete físico. De esta manera, la transacción se realiza desde una cuenta en pesos a otra en dólares o euros, o reales o pesos mexicanos, todo electrónicamente y con las conversiones de las divisas realizadas por los bancos que intervienen en la operatoria.

Estos dos sectores son responsables de una buena parte de la demanda de dólares que existe en la casas de cambio. Mucha gente se hace de dólares a lo largo del tiempo pensando en juntar para comprarse la casa o realizar un viaje. Si estos sectores no estuvieran dolarizados, no haría falta entonces ir al mercado cambiario, donde habría una menor demanda. Es cierto que más allá del mercado inmobiliario y del turismo, para muchos el dólar es en sí la elección para poner a resguardo sus ahorros.

Pero no es la única opción. Y encima, es la opción que más perjudica al desarrollo nacional. Porque el resto de las opciones, como la compra de propiedades, los depósitos bancarios, las inversiones en instrumentos financieros como fideicomisos o acciones bursátiles, contribuyen todas a que la rueda siga girando, el dinero se mueva, el Estado recaude, y haya más recursos para destinar a educación, obras públicas o ayuda financiera a las empresas.

El dólar debe ser solo la moneda del mercado externo, del comercio exterior, la moneda que debe preservar el Gobierno para poder pagar deuda pública y para mostrar fortaleza ante el mundo y también en el propio mercado cambiario.

De hecho, gracias a la acumulación de reservas monetarias del Banco Central en dólares es que el Gobierno puede sostener la moneda estadounidense a un precio competitivo para que la industria nacional pueda colocar sus productos en el mundo, lo cual genera ganancias a los empresarios, permite mejorar las condiciones laborales de sus trabajadores, que gastan más en el mercado interno, donde esos mismos empresarios vuelven a ganar, y también el Estado recauda por impuestos a la actividad económica y puede seguir atendiendo ese valor competitivo del dólar, pero también las necesidades de mejor educación, mejor salud, mejor transporte, mejor seguridad, y mayores oportunidades para todos.

(*) Publicado en la edición de hoy del suplemento “Ni a Palos” de “Miradas al Sur”

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“Los doctores recetan remedios para frenar el dólar, mientras la enfermedad la tiene el valor del peso”, por Hugo Grimaldi (DyN)

Si el dólar como refugio de valor no fuera tan importante para los argentinos, el tema de la semana debería haber sido el análisis de la celada (causa) y el retroceso de imagen (consecuencia) que sufrió políticamente el gobernador Daniel Scioli con la aprobación del impuestazo y como correlato fatal del episodio, con la sombra de las coimas que acecha a los legisladores bonaerenses.

Pero a la escalada del tipo de cambio paralelo (consecuencia) no hay con qué darle en materia de interés prioritario para la gente porque el dólar es el tradicional termómetro de las dificultades, aunque hoy la madre de todos los flagelos sea, sin ningún tipo de dudas, la inflación (causa).

El problema con la suba del dólar es que los funcionarios no aciertan con el diagnóstico porque no entienden cómo trabaja el sistema y entonces los remedios que se recetan (prohibiciones y controles) juegan en contra del propio paciente. Los doctores no pueden admitir que el problema real es la salud del peso, del cuál están corriendo los argentinos una vez más, en esta oportunidad adelantándose a que la suba de precios se los lleve puestos.

Pero, además, hay un elemento basal que no contemplan y eso les perturba toda la evaluación. Si la inflación ha sido funcional al modelo hasta ahora fue exclusivamente debido al habitual apego de la sociedad para aprovechar cualquier veranito que se le presente. En la Argentina, está muy claro que el cuerpo social es un ventajero serial dispuesto a darle su aval a los gobernantes, pero sólo hasta cuando le conviene.

Lo peor es que los que gobiernan no toman en cuenta esa realidad tan poco solidaria, quizás una imperfección de la democracia. Entonces, convencidos de que su fórmula mágica funciona sólo porque la impusieron ellos, siguen acelerando el vehículo rumbo al paredón de concreto, sin darse cuenta que han llegado hasta allí sólo porque los dejaron.

El fondo de la cuestión parece ser que los políticos olvidaron que son dirigentes y que están para dirigir y que como sólo se ocupan de hacer seguidismo con las encuestas como faro, cuando el viento cambia los toma invariablemente en falsa escuadra. En su soberbia de creerse fundacionales e inefables, le echan la culpa a todo el mundo menos a su pobre evaluación de la realidad y, por lo tanto, se cocinan en su propia salsa.

Así le pasó a la década de Carlos Menem con ingredientes totalmente diferentes (estabilidad de precios, tipo de cambio fijo, privatizaciones, desregulación, apertura indiscriminada, integración con el mundo y endeudamiento) y así le está sucediendo a los nueve años del kirchnerismo (inflación creciente, flotación administrada, estatizaciones, regulaciones al por mayor, cierre comercial, aislamiento y vivir con lo nuestro): encandilarse con el atraso del tipo de cambio, no saber cambiar a tiempo y, sobre todo, creérsela.

La demolición del INDEC fue el primer eslabón de esta cadena que ahora, para muchos, no da para más. Lo que comenzó como un jueguito para “ahorrarnos” los intereses del CER, siguió luego con la determinación de una canasta para pobres y la falsificación sistemática de las series, que se han alejado velozmente de los cálculos que hace el sector privado o algunas provincias. Mientras tanto, la matriz de demanda agregada (gasto público y emisión) siguió funcionando a full como si fuera la panacea universal, dejando al ovillo casi sin hilo para recoger el barrilete.

Además, la permanente negativa a ser auditados por el FMI alejó un poco más a la Argentina del mundo y del Club de París; el cierre de la economía la enfrentó con la Organización Mundial de Comercio y la dejó al borde del tirón de orejas explícito en el G-20, mientras que el caso YPF hizo que descarrilara nada menos que la relación con España, el país que más hizo por la Argentina en materia de inversiones.

Ese distanciamiento provocó la imposibilidad de financiamiento externo y la caída hacia al precipicio de las Inversiones Extranjeras Directas que, sumado a la fuga de capitales, hicieron retroceder de cuajo a las reservas. Por otra parte, la política energética llevó al desbalance de las cuentas comerciales y la necesidad de dólares al cierre indiscriminado de las importaciones, y esta mala praxis al freno de las exportaciones y a los controles de cambio y éstos a más controles y todo este escenario en cascada a exacerbar la fuga. Alguna vez alguien hará los cálculos para darle sustento a la teoría contra fáctica sobre qué habría ocurrido si la Argentina se hubiese comportado durante la última década como Brasil o como Chile o, aun, como Uruguay, aprovechando de verdad el viento de cola de tener términos de intercambio favorables y plata barata y disponible. Sin embargo, la sociedad, sobre todo la clase media, prefirió volver a caer en la tentación del “déme dos” o de la compra del plasma en cuotas y accedió a transitar por otro camino. Ahora, no hay cacerolazos que la rediman.

En este punto, hay que explicar que tampoco son válidos los argumentos de quienes dicen que esa manifestación que se atronó jueves y viernes sobre todo en barrios de la zona Norte de la Capital Federal fue protagonizada por gente que no pasa privaciones y que se queja porque no puede comprar dólares. No es posible admitir que la descalificación venga por el lado de que algunos pueden protestar y otros no debido a su condición social, ya que todos tienen derecho a hacerlo como a comprar dólares con libertad, a tener una vivienda digna o a viajar al exterior, si les place.

Algunos connotados kirchneristas han dicho con desprecio que no había pobres entre los manifestantes, no porque no existan sino porque no viven en los barrios donde sonaron cacerolas y bocinas. Es verdad, los pobres de toda pobreza, los que la inflación multiplica y el INDEC esconde, no se rebelan porque no pueden acceder al dólar, ya que ellos tienen otras prioridades, entre ellas, subsistir gracias la amplia red social que el Gobierno ha sabido tender, lo que invalida también otros argumentos, como los de que hay mayor ocupación y mejoras genuinas en la distribución del ingreso.

Lamentablemente, estas divisiones entre clases están abriendo grietas que han comenzado a transformarse en hechos de violencia, manifestaciones de alta intemperancia, casi de estilo nazi. Un camarógrafo de un programa oficialista de TV fue salvajemente agredido por caceloreros amparados por la multitud, mientras que muchachotes enmascarados, aparentemente de La Cámpora, entraron a un local a pegarles a jubilados porque estaban escuchando al vicejefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta.

En medio de este panorama cómo no va a haber preocupación. Preferir el peso al dólar parece al menos de ingenuos y mucho más si uno de los operadores más hábiles del Gobierno se enreda en su propio discurso y mete más ruido en la línea, como le pasó al senador oficialista Aníbal Fernández. El lunes pasado dijo que “liberar el dólar sería un suicidio”; el martes que “la Argentina tiene que empezar a pensar en pesos”; el miércoles en el Senado que “detrás de las decisiones de Guillermo Moreno está la Presidenta”; el jueves explotó y dijo que tiene dólares “porque se me antoja, es mi derecho, hago lo que quiero con mi plata”; el viernes bajó los decibeles con un “me equivoqué porque me calenté” y el sábado sorprendió con que este lunes el dólar “blue” podría abrir “a $ 5,10 en las casas de cambio”.

Aquí, el senador ha tenido algunos deslices desde lo formal, ya que pareció referirse al dólar paralelo, cuando en realidad esa variedad no se negocia en las casas de cambio, ya que sería un delito. Hay un mito que dice que las principales “cuevas” de la City tienen relación con ese mercado, pero hasta ahora la Justicia no lo ha podido comprobar. Igualmente, Moreno fue decidido el viernes a decirles a los cambistas que sabe que ellos trafican y que les exigía que bajen un escalón, a 5 pesos, casi una manera de blanquearles el negocio, de prometerles que “si hacen esto por mí, trabajen tranquilos”. Es obvio que un funcionario público que conoce la inexistencia de un delito tiene obligación de hacer la denuncia penal y no de negociar condiciones.

Ahora, si lo que quiso decir Fernández es que se desdoblará el mercado, con un salto para el dólar-pizarra de 15%, sería toda una novedad de la cual aún los bancos no estaban enterados hasta anoche. Si eso es así, no necesariamente el paralelo debería bajar, ya que está dónde está esencialmente por los controles de la AFIP, los que casi no hay chances de que se relajen, por lo que la gente sigue pensando que la situación de reservas no es tan holgada como se la presenta.

Tampoco lo es el costado fiscal, y en ese sentido hay que señalar que la manifestación más evidente del acogotamiento tiene como protagonista a las provincias. Y en este contexto, lo que ocurrió en Buenos Aires tiene un costado esencialmente económico, desde la necesidad de producir una reforma tributaria que provocó la reacción del campo por el revalúo de la tierra, aunque también alcanza al resto de los contribuyentes con aumentos en Ingresos Brutos, Sellos y quite de exenciones a servicios telefónicos y de cable que se irán derechito a los precios, con derivaciones políticas importantes.

Como la caja bonaerense está casi en rojo y el gobernador Scioli no llegaba a pagar los sueldos y el aguinaldo de junio, tuvo que transitar por una opción de hierro para comprar tiempo. El gobierno nacional lo obligó a malquistarse con el campo a través de un Decreto de revalúo y, pese a haber negociado con las entidades del sector, tuvo que hacer concesiones a la Casa Rosada. Y avanzó, pese a todo, ya que el gobierno central le prometió entre 3 y 4 mil millones de pesos que le debe para sumar a los $ 1.600 millones que le quedarán netos de la reforma, más otros 900 millones que irán a las intendencias.

Pero, además, desde lo político, el kirchnerismo paladeó que le hizo morder el polvo en materia de imagen al gobernador, único contendor anotado para 2015, ya que dentro de su estilo de consenso estaba negociando un aumento de impuestos originado en la capacidad productiva de cada zona y no en el simple valor del metro cuadrado de tierra. Lo obligó a romper el diálogo, nada menos: un sacrilegio. Más allá de este aspecto no menor para las chances futuras de Scioli, la jugada tuvo también un costado fiscal importante para la Nación, en una suerte de jugada a tres bandas.

Con mucho de razón, los ruralistas señalan que haber hecho la reforma de esta manera benefició más que nadie al gobierno central que el año próximo recobrará de los productores por Bienes Personales y Ganancia Mínima Presunta lo que ahora entrega. Sin financiamiento, con graves problemas de balanza comercial y deterioro fiscal para la Nación y casi todas las provincias, con inflación creciente y con demandas salariales en ebullición exacerbadas por la guerra de guerrillas entre gremios, a las que el Gobierno no está ajeno, no está el panorama muy claro para la actividad económica ni para el empleo para lo que queda de 2012. En tanto, el relato oficial intenta instalar que es “el mundo el que se nos cayó encima”, mientras buena parte de la sociedad lee otra cosa, aunque no cacerolee.